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Foto por Natalia Ávila V-2017 |
En un principio, recuerdo que no me gustaban las plantas. Hoy las veo con otros ojos, tal vez con otro corazón. Ahora me encanta, incluso podría decir que me obsesionan un poco.
Creo que el arte es el mejor catalizador de las obsesiones.
Creo que las plantas son un gran catalizador de la vida, al menos de la mía.
- Diciembre 15 de 2016.
I.
Con un aguacate, así empezó todo.
No recuerdo muy bien la fecha, pero algún día durante el primer semestre de ese año, compramos un aguacate para el almuerzo.
El aguacate es un fruto delicioso, su suave sabor acompaña muy bien cualquier plato de la comida colombiana. Su textura es como mantequilla al paladar.
Ese día almorzamos y ahí, sobre el mesón de la cocina, quedó la semilla de aquel aguacate. Por alguna razón, la miré. Era grande, color café, algo babosa por el contacto con la pulpa, ovalada y relativamente pesada si se compara con las semillas de una mandarina, por ejemplo.
En la parte inferior de la semilla, crecía tímidamente algo de color blanquecino, era la raíz
Entonces, decidí germinar la semilla. Tomé dos palillos y con ellos sostuve la semilla sobre un frasco de vidrio lleno de agua, de forma tal que la raíz tocara la superficie de ésta. Ubiqué el frasco junto a una ventana de la cocina, pues ahí le entraría luz y algunos rayos de sol cada mañana.
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Natalia, alma valiente y creativa. Gracias por tu arte por la vida. Namasté |
Pasaron los días y recuerdo levantarme cada mañana a mirar aquella semilla, con una ilusión desconocida para mi; o tal vez, olvidada, como esa que sentía cuando era niña y anhelaba que algo bonito ocurriera, como la llegada de la navidad, un cumpleaños, o como cuando me maravillaba viendo como el color del cielo cambiaba con el paso de los minutos en un atardecer.
Era increíble que esa semilla, con su aspecto indiferente, hubiese logrado despertar en mi, una persona que alardeaba de su indiferencia hacia ese amor de algunos hacia las plantas, un amor igual o mayor, como aquel de quienes son niños.
Pasaron los día, tal vez unos diez, y la pequeña y tímida raíz empezó a crecer sin que pudiera darme cuenta. Ya no medía unos cuantos milímetros, sino centímetros, y la superficie café que recubría la semilla empezó a fisurarse. Así, en medio de la fisura, los primeros brotes de un futuro árbol de aguacate comenzaron a asomar.
Era un fino, pero firme y brillante tallo de color café del cual se sostenían dos hermosas, lisas y verdes hojas, que se iluminaban alegremente con los rayos del sol que lograban pasar por la ventana.
Los días de espera habían cobrado sentido. Cada mañana en la que fui a visitar a esa semilla, había valido la pena.
Ese día nació un pequeño aguacate, pero también nació un gusto, amor, obsesión, o como quieran llamarlo, hacia las plantas, hacia sembrar, hacia esperar con ilusión infantil, el día en que por primera vez se asoman a la vida.
Natalia Ávila Velázquez
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